Dicen que no hay luz sin oscuridad. Todos tenemos pues dos rostros: el amable y el terrorífico, ¿cuál es el que mostramos y cuál el que guardamos en nuestro interior? Eso depende de cada uno. Hay gente que exterioriza sus sentimientos con facilidad, que sonríe en todo momento y que lo da todo por aquellos a los que ama o cree merecedores de su amor.
Otros parece que esquiven el mundo, parecen asustados, como si la vida los hubiese tratado mal y van por la vida con sus voces frías y su falta de sentimiento pero, estos dos tipos de persona tienen luego algo en común, cuando llegan a su límite, muestran su otro ser. ¿Han estado enmascarándose? No, simplemente eligen qué aspecto de ellos mismos les hace sentir mejor.
El alegre un día explota al ver que su bondad no es recompensada y se vuelve fiero y cruel, va a muerte. El frío y calculador, en cambio, se derrumba y muestra su sensibilidad y sus ganas de encontrar amor. Ambos deciden equilibrar sus dos caras.
No fingimos por tener estos arranques de vez en cuando, no es cierto que es en esos momentos cuando se descubre “nuestro verdadero yo” pues ambos lo eran. No hay luz sin oscuridad, no hay bien sin mal… Somos un perfecto Yin Yan buscando nuestro propio equilibrio. En toda luz hay una veta de oscuridad…
En esta vida no hay luz sin oscuridad.
17 de septiembre de 2007